Por: Victor M Cabas
@comandantezeta
La Fe es un estado del espíritu muy difícil de desligar, el pasado jueves durante 79 minutos viendo el juego Colombia contra Paraguay por las clasificatorias al mundial FIFA Rusia 2018 todos los colombianos futboleros y no, manteníamos la Fe intacta, y un instante después de marcar 79 minutos el cronómetro en el Metropolitano, quién sino Radamel, nuestro hombre, nuestra Fe, nuestra bandera, capitán inmaculado, con un estado de forma sin igual, amante de la red contraria, poeta de la definición, entonó una melodía levanta muerto en un baile de barrio rutinario, donde tú estás esperando que llegue el amor de días para brillar en la pista, esperas ahí sentado, escuchando canciones de moda, normales. Ya las había escuchado demasiado, ninguna que te hiciera sacudir el alma o empujarte de la silla de forma eléctrica y dispararte hacia ella, que ya llegó y está sentada a solo un par de metros de ti. Así sonó esa vaselina pura de Falcao, música estremecedora, del alma, de culto, melodía única, maravillosa, mágica, ¡esa sí la bailo!. Y la siguiente también, y la siguiente y me quiero quedar toda la noche contigo mi amor, bailando la felicidad. Pero como en el baile toca parar un momento, hacer una pausa, manejar tu propio ritmo, buscar un par de bebidas y conversar un ratico, un chiste por aquí otro por allá, y la noche es nuestra. Es magia pura. Sueltas tu cuerpo en el resplandor y haces una breve pausa para mirar sus ojos, hablarle al oído, enamorarla aún más.
Pero, ¿Qué pasó? ¿No lo hiciste? Pretendías quedarte a bailar hasta esa canción que ella tanto odia, por Dios, piensa un poco muchacho, tienes experiencia en esto, no eres un chico novato, piensa. Finalmente minutos, solo minutos después, esa joven con cara de desentendida te cuenta que va a hablar con una amiga, que ahorita vuelve… Y llegó un salto por los aires sobre defensas compañeros y delanteros contrarios creyendo que fácil llegabas a esa pelota. No, no pasó, ese balón nunca llegó a ser mascota en los guantes de un arquero brillante y sumamente confiable. Esa confianza que sientes en bailar cualquier tipo de canción con el amor de tus días presentes, te ciega, no te deja ver que ella no está conforme, que quiere algo más, contigo pero no en tu zona de confort. David pagó y nuestra selección pagó, y 2 minutos después cuando ella te llamó y te preguntó algo trivial, tú no creíste, ni te preocupaba que ella tomase la decisión de aceptar bailar con ese chico que la cortejó hace una media hora cuando estaba sola. Y de repente llega ese muchacho con una pinta apenas normal para el baile, camisa a cuadros tipo retro, pantalón caqui oficinista, por no decir un poco desaliñado, pero ella sin dar muestra de asombro o dejadez, aceptó brillar la pista con ese desconocido y casual muchacho.
El gol de la desolación llegó, inesperado como golpe contundente de noqueo, salió de la nada, en medio del escepticismo y la incredulidad. Es que ni el más pesimista de los asistentes a ese baile en el barrio pintaba un escenario nefasto para ti, nadie imaginó que esa chica ilusionada con su chico enamorado iba a aceptar bailar con ese otro joven infravalorado por todos, incluso por él mismo quizás. Incluso, su mejor amigo llamó esa acción como “milagrosa”.
La desilusión, el desasosiego, tal vez la ausencia de la Fe se apoderaron del lugar, se volvieron el lugar común.
Esta película solo la había visto de manera inédita aquel 8 de marzo de 2017 en el Nou Camp, cuando el FC Barcelona de manera completamente inesperada hace 3 goles en menos de 7 minutos a un PSG que creía ser el rey de un baile lleno de fantasía, lentejuelas y orquestas Big Band. Su chica decidió ir a bailar y tomar cócteles con ese muchacho por el que nadie daba crédito.