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Guerrilleros pasan de la humedad de selva inhóspita a la comodidad del hotel


Buenaventura (Colombia), 5 feb (EFE).- Vestidos con uniformes nuevos de camuflaje y fusiles de asalto, guerrilleros de las FARC «tomaron» pacíficamente la recepción de un hotel en Buenaventura para registrarse y pasar la noche como cualquier huésped, camino a la zona rural donde en los próximos meses dejarán las armas.

La escena, que por lo inusitada atrajo el sábado a curiosos, tuvo como protagonistas a catorce hombres y dos mujeres del Frente 30 «Rafael Aguilera» de las FARC que llegaron por mar a Buenaventura, el principal puerto del Pacífico colombiano, en una lancha rápida que izaba una bandera blanca, provenientes de Puerto Merizalde, aldea a orillas del río Naya.

Su destino, La Elvira, una de las 26 zonas veredales transitorias de normalización (ZVTN), situada en Buenos Aires, municipio del vecino departamento del Cauca, donde se reunirán centenares de guerrilleros para iniciar el proceso en el que dejarán las armas y volverán a la vida en sociedad.

El Hotel Krystal, ubicado en la vía alterna que conduce al puerto de Buenaventura, fue una escala del grupo para pernoctar el sábado y este domingo seguir el viaje en autobús hacia La Elvira.

«Todos dimos la vida por la causa, por la lucha para que hubiera paz en este país; lo importante es que estamos aquí», dijo a periodistas el comandante «Fidel Porras», líder del grupo, perteneciente al Bloque Alfonso Cano.

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En la recepción del hotel, una experiencia inédita para ellos, los guerrilleros recostaban sus armas de largo alcance en las paredes y permanecían de pie esperando el momento de ser llamados para el registro, acompañados por miembros del Mecanismo de Monitoreo y Verificación (MMV) del cese el fuego.

Llegados de una selva inhóspita, los miembros de las FARC no ocultaban su sorpresa por estar en medio de la civilización y, tras recibir indicaciones de funcionarios de la ONU, Porras fue el primero en acercarse a la recepcionista que le miraba cautelosa pero firme.

Porras, quien minutos antes se dirigía con intensidad en el puerto a los medios de comunicación, ante quienes criticó las obras aún sin concluir de las zonas veredales y el incumplimiento de las fechas de entrega de estas por parte del Gobierno, se mostró por unos minutos dudoso ante los procedimientos del registro en el hotel pero finalmente pasó adelante.

Enseguida ordenó a sus hombres entregar una identidad a la recepcionista y, uno a uno, todavía con sus morrales a cuestas y el fusil al hombro, recibieron la tarjeta electrónica de ingreso a la habitación y el control a distancia del televisor.

Fue un momento de duda porque todos se miraban sin saber cómo debían acomodarse y se preguntaban entre ellos si compartirían dormitorio, como lo hacían en los campamentos improvisados en la selva, pero inmediatamente un funcionario de la ONU les aclaró que eran habitaciones individuales y que en la tarjeta magnética estaba escrito el número que le correspondía a cada uno.

Subieron las escaleras repitiendo en voz alta el número que buscaban sobre las puertas y una vez encontraron la habitación hubo otro momento de confusión porque no sabían usar las tarjetas magnéticas como una llave, por lo cual pidieron ayuda de los fotógrafos que los seguían.

Una vez dentro de las blancos dormitorios, descargaron por fin el fusil y el morral y se deshicieron de los brazaletes con los colores de la bandera de Colombia, el mapa del país y el escudo de las FARC.

Después de inspeccionar inquietos las puertas y ver cuál compañero era su vecino, algunos se asomaron al balcón desde donde observaban los camiones cargados de contenedores que transitan hacia el puerto por la misma vía que años atrás fue blanco de atentados a la infraestructura y secuestros.

Ante la pregunta sobre cómo se siente de llegar a la vida civil, el comandante Porras resumió: «Normal, solo que la lucha va a ser más dura porque hay que hacer política. La paz no es solo de las FARC, ni del Gobierno, la paz es de todo el pueblo colombiano, tenemos que fortalecerla».


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