Alcanzar audiencias mundiales es uno de los principales objetivos de las empresas y de sus directivos en la actualidad.
Puesto que todos anhelan subirse a la ola de la globalidad para extender sus redes por todos y cado uno de los rincones del planeta.
En este entorno de digitalización e inmediatez, se diría que nos encontramos en un campo de batalla en el que se compite por ser el que más alto grita.
Haciendo incesantes llamadas para que los clientes comiencen a comprar nuestros productos y relacionarse con la marca.
Sin embargo, el ruido en los mensajes muchas veces ensordece al cliente, creando una sobreexposición de información de la que resulta difícil tomar una decisión.
Hoy la gente no quiere tener que abrir paso entre una nube de mensajes enlatados. Quiere ir más allá, quiere oír historias de verdad, contadas por personas de verdad. Quiere vivir experiencias que le aporten valor y con las que emocionarse y sentirse identificada.
Es decir, la experiencia y la emoción son el auténtico enganche para generar mercado.
Por tanto, es fundamental no tratar al cliente como una presa de caza, sino como alguien que está viviendo la vida que tú vives.
Gracias a Internet y a las redes sociales, ya es posible acceder a un mercado global a golpe de clic.
Pero hay que conocer las nuevas reglas del juego. Esa audiencia ya no compra por impulso, o no al menos en la medida que lo hacía antes.
Ahora el usuario piensa, considera alternativas, se plantea por qué hace las cosas, se forma su propio criterio y juzga con severidad a quien intente adoctrinarle o arreglarle la vida.
El marketing humano no trata de imponer su presencia, sino que deja el espacio necesario para que sea el consumidor quien tome sus propias decisiones, proponiendo experiencias genuinas y auténticas para que el usuario conecte y las haga suyas.